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Texto por Daniele Benzi

Doutor em Ciência, Tecnologia e Sociedade pela Università della Calabria (UNICAL), Professor do Programa em Relaçoēs Internacionais da Pontificia Universidad Católica de Perú, dbenzi@pucp.edu.pe.

 

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«¿Qué hizo que Rusia y “Occidente” se involucraran en un interminable juego de forcejeo al borde del abismo que finalmente ha precipitado a ambos contendientes al fondo del mismo? A medida que transcurren estas monstruosas semanas, comprendemos mejor que nunca lo que Gramsci ha debido entender por interregno: una situación “en la que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer” durante la cual “aparece una innumerable variedad de síntomas enfermizos”, como el de países poderosos entregando su futuro a las incertidumbres de un campo de batalla envuelto por la niebla de la guerra».

Wolfgang Streeck, “Todos perdedores”, 2022[1].

La invasión rusa de Ucrania no ocurrió en un vacío, es obvio. Muchos menos obvio y controversial, sin embargo, es caracterizar el contexto global y momento histórico en que comenzó esta guerra y su impacto a mediano y largo plazo en los asuntos mundiales y regionales en distintas áreas del planeta. Si descifrar este último aspecto es sin duda una tarea arriesgada y en muchos sentidos aleatoria, aunque intelectualmente estimulante, trabajar en lo primero, en cambio, es útil para situar este acontecimiento trascendental para el orden global – otro más, por cierto, de los que hasta ahora ha sido pródigo el siglo XXI – en un marco de interpretación más amplio que aquellos habituales en la mayoría de los medios de divulgación que se ocupan de política internacional.

De acuerdo con esta premisa, en estas notas sugiero un acercamiento al tema de la guerra entre Rusia y Ucrania en el devenir del (des)orden mundial contemporáneo empleando un enfoque de economía política global y sociología macro-histórica. En el primer caso, se trata de pensar la relación entre la dimensión (geo)política y económica del conflicto en términos genuinamente globales antes que locales, nacionales o regionales. En tal sentido, salta a la vista como esta contienda está exacerbando una tendencia que los analistas denominan, con tanta frecuencia como con distintos grados de perplejidad todavía, como crisis de la globalización o hasta de desglobalización”. En el segundo caso, esto es, desde una mirada sociológica macro-histórica, al observar las relaciones internacionales a través del prisma de la longue durée, o la larga duración de las grandes estructuras históricas, se trata de colocarla en un horizonte temporal, y de sentido, más amplio. Ello permite vislumbrar en este conflicto no solamente otra manifestación del paulatino desmoronamiento del orden internacional liberal, ni otro signo del fin de una época, precisamente aquella de la globalización neoliberal o “fin de la historia” de la afamada fórmula de Fukuyama (1992). Ni siquiera se trata únicamente del fin de la era de la hegemonía mundial estadounidense o del “siglo americanotout court. La progresiva mundialización del conflicto entre Rusia y Ucrania, es decir, su proyección en los asuntos globales y en diferentes regiones más allá de la dinámica militar en el terreno, podría estar marcando un nuevo punto de inflexión en la lenta decadencia del poder mundial occidental como tal. Esto, sin duda, abre un campo problemático espinoso y hasta ahora en gran medida inexplorado en los estudios sobre regionalismo.

En síntesis, propongo dos argumentos. El primero sostiene que, en los remolinos de la coyuntura, se está afianzando lo que ya se perfilaba como un periodo de “interregno” del orden global. Como sugiere Wolfang Streeck (2022), acudiendo a una de las imágenes más vívidas del intelectual y político italiano de la primera mitad del siglo XX Antonio Gramsci, este se presenta a través de “una innumerable variedad de síntomas enfermizos”. El inventario es bien conocido y la lista cada día más larga. Pero conviene insistir en un factor crucial en términos conceptuales y de interpretación histórica: la quiebra de la hegemonía mundial estadounidense, cuyo origen hay que rastrear entre el fracaso de la invasión de Irak en 2003 y la crisis financiera de 2008 (Arrighi 2007). Ello abre una serie de interrogantes cruciales para quienes estudiamos las regiones y el regionalismo.

Para entender cómo llegamos a este punto, es importante poner en evidencia algunas fechas altamente simbólicas: 2001, el atentado a la Torres gemelas de Nueva York y el ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC); 2003, la invasión de Irak como inicio (y prematuro final) del Proyecto neoconservador para un Nuevo Siglo Americano; 2008, la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers y el cuasi colapso del sistema financiero global; 2016, el referéndum sobre el “Brexit” y la elección de Donald Trump como emblemas de una ola populista de extrema derecha en el corazón del orden internacional liberal que cuestiona explícitamente la globalización; 2020, la pandemia de Covid-19 que interrumpió de forma abrupta las cadenas globales de producción y suministro de la economía mundial.

Unas tras otras, en estas fechas se iría acumulando la innumerable variedad de síntomas enfermizos aludidos por Streeck en el epígrafe. La invasión rusa de Ucrania, en febrero 2022, representa apenas el último en orden cronológico de estos síntomas, elevando las tensiones geopolíticas globales a un umbral totalmente desconocido desde el fin de la Guerra Fría. Dicho de otro modo, la guerra de agresión rusa, por injustificable y brutal que sea, “se enmarca en un contexto de deterioro de las relaciones internacionales en el que se acumulan las acciones unilaterales” (Herz y Summa 2023: 19). Se trata de otra de ellas, pues, militar en este caso, que responde a la percepción de amenaza por parte del régimen de Vladimir Putin a la seguridad de Rusia como consecuencia de la expansión de la OTAN alrededor de las fronteras occidentales y meridionales del país, del Báltico al Caucaso, desde mediados de los años ‘90s.

Una grave consecuencia del conflicto es que la guerra de anexión ha regresado al territorio europeo (Ibidem: 18). La carrera armamentística y el riesgo de escalada militar, que no excluye el ámbito nuclear, constituirá desde ahora la nueva normalidad. Otras potencias podrían sentirse alentadas en futuro a incluirla entre sus herramientas de política exterior, avivando los conflictos interestatales y regionales que ya existen e incentivando nuevos que asfixiarían aún más el multilateralismo.

En la esfera económica la situación no es menos delicada. En marzo de 2022, el CEO de BlackRock Larry Fink, la mayor gestora de fondos de inversión del mundo, advirtió que “[l]a invasión rusa de Ucrania ha puesto fin a la globalización que hemos vivido en las últimas tres décadas”. El periodista y escritor italiano Marco D’Eramo (2022) explicó que “la guerra ha herido a la globalización al provocar una pérdida de fe en la primacía de las finanzas sobre la política, junto con los problemas materiales de aprovisionamiento, cadenas de suministro y materias primas”. D’Eramo le hacía eco a Adam Tooze (2022), para quien “[s]i las reservas del banco central de un miembro del G20 confiadas a las cuentas de otro banco central del G20 no son sacrosantas, nada en el mundo financiero lo es”. Se refería al congelamiento de alrededor de trescientos mil millones de activos financieros pertenecientes a la Federación de Rusia y al Banco Central ruso depositados fuera del país. Pues, una cosa es tomar medidas como ésta para perjudicar a países como Irán, Irak, Libia o Venezuela, y otra muy diferente a un Estado del tamaño y peso específico de Rusia, además de miembro del G20. D’Eramo (2022) subraya que los efectos perjudiciales de estas acciones no hay que medirlos únicamente en el corto plazo, sino en el mediano, al menoscabar la confianza en uno de los pilares sacrosantos de la globalización, a saber, la garantía absoluta a los propietarios de capitales para su libre circulación frente a los vaivenes de la geopolítica.

El tema de las sanciones representa un nudo crucial para reflexionar sobre los efectos disruptivos que la guerra está teniendo sobre una economía mundial ya severamente debilitada por las múltiples crisis que se vienen arrastrando desde 2008. En un intento para golpear la economía rusa, los miembros de la OTAN han adoptado hasta el momento más de diez paquetes de sanciones. Sin embargo, los efectos no han alcanzado mínimamente sus expectativas. Más bien, de acuerdo con el director del CRIES Andrés Serbin (2023), “han generado un efecto boomerang afectando a las economías desarrolladas y han dado lugar a una reorientación de los flujos comerciales […] de Rusia hacia otros destinos, primordialmente euroasiáticos”.

El congelamiento de las reservas internacionales rusas y otras medidas dirigidas a hundir el rublo usando al dólar y a la infraestructura financiera occidental como arma, están acelerando una tendencia que se había manifestado de forma incipiente en las postrimerías de la crisis de 2008. Así, “el impacto de las sanciones económicas impuestas por Occidente se ha reflejado en la progresiva conformación de un conjunto de naciones que buscan despegarse de su dependencia del dólar como moneda de reserva y de intercambio” (Serbin 2023). Las motivaciones hasta ahora raramente se habían relacionado directamente con el temor de ver congeladas las reservas depositadas en el exterior por razones geopolíticas.

Estas iniciativas tienen poco que ver con la guerra entre Rusia y Ucrania como tal, y mucho en cambio con “el punto de inflexión que han implicado las sanciones occidentales [poniendo] en cuestión tanto la primacía del dólar y, eventualmente, del euro ante la posibilidad de que sean utilizadas como un arma contra las economías emergentes” (Ibidem). No se trata de un problema de cifras. Si bien en disminución, las reservas mundiales y las transacciones comerciales internacionales siguen dominadas por el billete verde. De nuevo, es una cuestión de desconfianza hacia una gobernanza financiera global que, no solo no resolvió los problemas estructurales derivados de la conmoción de 2008, sino que ahora admite abiertamente el uso de la palanca monetaria y financiera como arma geopolítica.

La progresiva internacionalización de la moneda china, al revés, que es aceptada cada vez más por un creciente número de actores, marca un punto de inflexión hacia un futuro, quizás no demasiado lejano, en el que el renmimbi podría convertirse en una moneda de reserva al lado del dólar (Ríos 2023). En todo caso, es la iniciativa del BRICS, ahora ampliado, que se presenta como un desafío viable en el mediano plazo, debido al surplus comercial que, conjuntamente, ostenta el grupo, y a su peso económico específico que ya es superior al del G7. Mientras tanto, existe otro escenario que genera opiniones encontradas. Según un reciente estudio del FMI, “[l]a globalización financiera podría dar paso a la ‘regionalización financiera’ y a un sistema global de pagos fragmentado”, ajustado a las nuevas relaciones económicas y comerciales y alineamientos geopolíticos. En opinión de los autores, ello “podría conducir a una mayor volatilidad macroeconómica, crisis más severas y mayores presiones sobre las reservas nacionales” (Aiyar et al. 2023:18). En otras palabras, al relativo declive del dominio del dólar, le podría seguir una fragmentación de los espacios monetarios e inclusive un retorno parcial al oro (Fantacci 2023).

El estrechamiento de las relaciones entre Rusia y China, India e Irán, sugiere que en esta etapa de interregno acentuado por el conflicto en Ucrania, se está afianzando la configuración de un orden multipolar. Algunos interpretan la invasión rusa como “una brutal aceleración de la remodelación ya en curso de los equilibrios geopolíticos mundiales” (Herz y Summa 2023: 23). Al lado de las agrupaciones más conocidas como los BRICS, surgen o se consolidan otras, tanto en ámbito político como económico, formando un entramado de siglas e iniciativas sobrepuestas en el que no es fácil orientarse. En particular, según Serbin, “[e]l tándem Rusia-China ha sido un factor fundamental de este proceso [en el espacio] euroasiático en donde la OCS juega un papel fundamental” (Ibidem). En esta organización, que surgió en 2001 para responder a temas de seguridad ligados en gran medida al terriorismo internacional, hoy en día está adquiriendo mayor relevancia la agenda de cooperación política y económica.

La nueva multipolaridad se expresa también en los foros multilaterales. Las resoluciones votadas en la Asamblea General de Naciones Unidas muestran que un número importante de países condena la invasión rusia a Ucrania. Sin embargo, un grupo significativo que incluye a China, India, Pakistán y otros, sumando la mayoría de la población mundial, prefiere la abstención (Herz y Summa 2023). Más significativo aún, quizás sea el hecho de que “dos tercios de los estados no se adhirieran a las sanciones económicas a Rusia” (Serbin 2023).

Finalmente, la posición de China en relación al conflicto es clave. Muchos en estos momentos se preguntan si el gobierno chino no estaría apuntando a suplantar el liderazgo global de Estados Unidos, llevando el mundo a una nueva versión de la Guerra Fría o, acaso peor, a una inexorable “trampa de Tucídides” que, si bien algunos alientan, otros buscan desactivar (Allison 2017). “Fue el ascenso de Atenas y el temor que eso inculcó en Esparta lo que hizo que la guerra fuera inevitable”, escribió el historiador griego en su Historia de la guerra del Peloponeso, convirtiéndose en el padre del “realismo” para la tradición de la filosofía política occidental. La proyección en el presente de este arquetipo metahistórico supuestamente universal es bastante problemática. No obstante, de él se alimenta la tradición más longeva de la disciplina de las relaciones internacionales. Desde la perspectiva de la economía política global, en cambio, son los desajustes en el capitalismo mundial después de 2008 que llevaron a fricciones cada vez más agudas entre Estados Unidos y China. Una mirada sociológica macro-histórica, por otra parte, revela que el gigante asiático simplemente está volviendo a ocupar el lugar que, con la excepción de lo que quedó bautizado como el “siglo de humillación” (1839-1949), mantuvo establemente durante el último milenio.

En este contexto, “China ha acelerado el proceso de transición de su condición de potencia económica y comercial hacia una mayor influencia política y una mayor implicación en los asuntos globales” (Ríos 2023). El gobierno chino tiene objetivos a largo plazo y está consciente de que los enormes beneficios que le trajo la globalización neoliberal se agotaron. Es más, sabe que “China, mucho más que Rusia, es el verdadero objetivo de Estados Unidos” (D’Eramo 2022). Por ello está tomando todas las medidas necesarias para reorientar su economía doméstica y proyección internacional. Además, en disputa no está únicamente la reconfiguración de la infraestructura existente, sino la competición por el liderazgo de un nuevo paradigma tecno-productivo que se articula alrededor de la inteligencia artifical, la biotecnología y las telecomunicaciones.

La relación que China mantiene con Rusia la coloca en este momento en una posición muy favorable. En términos económicos y tecnológicos sus ventajas descomunales y podrían incrementarse aquellas políticas, particularmente en Asia central y Oriente Medio. Al decidir sostener, aunque sea de forma muy medida y cautelosa, el esfuerzo bélico ruso, Beijing está tratando de “limitar la influencia de EEUU en el mundo y poner sobre la mesa un enfoque alternativo (las ‘soluciones chinas’) que sirva de contrapeso a su poder apadrinando nuevas concepciones de seguridad y desarrollo” (Ríos 2023). En Moscú no pueden sino agradecer y aceptar sus condiciones.

Desgraciadamente, hoy en día no es posible excluir a priori la intensificación o el alargamiento del conflicto entre Rusia y Ucrania, ni que otras fracturas geopolíticas, como la existente entre China y Taiwán, por ejemplo, pronto alcancen un umbral crítico convirtiéndose en conflictos abiertos involucrando, directa o indirectamente, grandes potencias como Estado Unidos. Ello implica tomar seriamente en consideración el peligro de la guerra, híbrida y convencional, como recurso recurrente en esta fase de interregno.

Esto me lleva a esbozar mi segundo argumento, es decir, la posibilidad que la situación mundial creada por este conflicto esté marcando un nuevo punto de inflexión en la lenta decadencia del poder mundial occidental. Pese a algunas coyunturas extraordinariamente complejas – entre las dos guerras mundiales (1914-1945), por ejemplo, o en los años ’70s del siglo XX –, el poder occidental fue mundialmente hegemónico desde 1800 aproximadamente. Las ventajas militares, económicas, científico-tecnológicas y, quizás, también institucionales y organizativas de las que gozó en los últimos doscientos años, se están diluyendo o, de pronto, en distintos ámbitos ya desvanecieron.

La contestación del orden internacional liberal, actualmente, se incrementa de manera directamente proporcional a la incapacidad de las élites occidentales para acomodarse a una nueva configuración internacional que refleje el cambiante equilibrio de riqueza y poder entre distintos Estados y regiones mundiales. La invasión rusa de Ucrania, en este marco, se interpreta como la impugnación del orden de seguridad de la post Guerra Fría, ya que Rusia, particularmente en Europa oriental, fue sin duda la gran perdedora.

Ahora bien, con independencia del desenlace militar, que al momento de escribir estas líneas sigue siendo una incógnita, esta guerra parece estar debilitando el poder occidental en varios sentidos. Las economías europeas y la rusa se están desgastando recíprocamente, sin que sea posible saber cuál será en el mediano y largo plazo el resultado de la reorientación geoeconómica y geopolítica de ambas hacia Estados Unidos y China, respectivamente. A contracorriente de la propaganda actual, que insiste en la alteridad cuando no en el antagonismo, en una perspectiva macro-histórica el status de Rusia en relación al mundo occidental, en términos no solo económicos sino también culturales e identitarios, ha sido siempre un punto ambivalente y muy sutil que no puede darse por sentado, sino todo lo contrario.

El actual viraje euroasiático de Rusia y el repliegue de la Unión Europea en la órbita de la OTAN y de Estados Unidos son una gran incógnita que, sin embargo, en el corto plazo tensan y polarizan las relaciones internacionales. El resto del mundo mira atónito, en la mayoría de los casos padeciendo las consecuencias de esta guerra, indeciso o reacio a sumarse a la cruzada antirrusa a la que convocaron por ahora sin mucho éxito el gobierno de Biden y la Unión Europea. En otros casos, tratando de sacar ventajas a la luz de un futuro que en todo caso luce sombrío.

Esta situación supone desafíos enormes y excepcionales que marcarán, con toda probabilidad, las próximas décadas. La pugna por el reequilibrio entre diferentes centros de poder político y económico mundiales se está librando cada vez más también en el plano de la cultura, las identidades y los valores. En términos “civilizacionales” afirman algunos autores (Buzan and Acharya 2022; Higgott 2022), pero también, y peligrosamente, a través de la reedición de una vocación imperial que está bien marcada en su larga historia (Puri 2022). Si esto preanuncia un “choque de civilizaciones” cuyas consecuencias podrían ser potencialmente catastróficas, como lo pregonó Samuel Huntington (1996) hace tres décadas, o más bien la transición hacia una “comunidad de civilizaciones que refleje el cambiante equilibrio de poder entre ellas” (Arrighi y Silver 2001: 289), es una de las incógnitas cruciales de nuestro tiempo.

Notas

El título original del artículo de Streeck es “Fog of War”, traducido al castellano por la revista El salto como “Todos perdedores”.

Bibliografía

Acharya, A. (2014). The End of American World Order. Cambridge: Polity Press.

Aiyar et al. (2023). Geoeconomic Fragmentation and the Future of Multilateralism. IMF Staff Discussion Notes, SDN/2023/001. Recuperado el 22 de julio de 2023 en https://www.imf.org/en/Publications/Staff-Discussion-Notes/Issues/2023/01/11/Geo-Economic-Fragmentation-and-the-Future-of-Multilateralism-527266.

Allison, G. (2017). Destined for War: Can America and China Escape Thucydides’s Trap? Boston and New York: Houghton Mifflin Harcourt.

Arrighi, G. & Silver, B. (2001). Caos y orden en el Sistema-mundo moderno. Madrid: Akal.

Arrighi, G. (2007). Adam Smith in Beijing. Lineages of the Twenty-First Century. New York: Verso.

Buzan, B. & Acharya, A. (2022). Re-imagining International Relations. World Orders in the Thought and Practice of Indian, Chinese, and Islamic Civilizations. Cambridge: Cambridge University Press.

D’Eramo, M. (2022). “Desglobalización”. El Salto. Recuperado el 22 de julio 2023 en https://www.elsaltodiario.com/analisis/marco-eramo-fin-globalizacion-guerra-ucrania

Fantacci, L. (2023). “Il dollaro è eterno finché dura”. Recuperando el 23 de julio de 2023 en https://www.ispionline.it/it/pubblicazione/il-dollaro-e-eterno-finche-dura-136174.

Fukuyama, F. (1992). The End of History and the Last Man. New York: Free Press.

Herz, M. y Summa, G. (2023). “América Latina y la caja de Pandora del unilateralismo de las grandes potencias”. Nueva Sociedad, n. 305, pp. 17-32.

Higgott, R. (2022). States, Civilisations and the Reset of World Order. London and New York: Routledge.

Huntington, S. (1996). El choque de civilizaciones y la reconfiguración mundial. Buenos Aires: Paidós.

Puri, S. (2021). El legado de los imperios. Como los imperios han dado forma al mundo. España: Editorial Almuzara.

Ríos, X. (2023). “¿Qué quiere realmente China?”. Observatorio de la Política China. Recuperado el 23 de julio de 2023 en https://politica-china.org/areas/politica-exterior/que-quiere-realmente-china.

Serbin, A. (2023). “La erosión del dólar”. Perfil. Recuperado el 15 e junio de 2023 en https://www.perfil.com/noticias/opinion/la-erosion-del-dolar.phtml.

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Tooze, A. (2022). “The world is at financial war”. The New Statesman. Recuperado el 10 de mayo de 2023 en https://www.newstatesman.com/ideas/2022/03/ukraine-the-world-is-at-financial-war.

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Observatório de Regionalismo

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